IGLESIAS DEL CENTRO HISTORICO DE QUITO
Iglesia San Fracisco de Quito
Comenzó su construcción apenas fue fundada
la ciudad de Quito en el año1534, en terrenos aledaños a la plaza donde los
indígenas realizaban el intercambio de productos. La iglesia fue
concluida 70 años más tarde.
Posee 6 claustros principales y otros secundarios, 3 templos y 7 patios que albergan
una impresionante colección arquitectónica y artística, aquí también fue el
nacimiento de la "Escuela Quiteña" de artistas mestizos de la Colonia.
Sin duda la Iglesia de San Francisco es la mas grandiosa edificación del Quito Colonial, luciendo numerosas pinturas y esculturas de los maestros de la Escuela Quiteña, presentan en su interior el artístico estilo mudéjar en su altar recubierto de pan de oro.
En el altar mayor se encuentra la imagen de la Virgen de Quito, tallada por Bernardo de Legarda, maestro de la Escuela Quiteña.
En la época precolombina, hasta este lugar llegaba gente de todos los rincones para comerciar sus productos y cuando formó parte de España, aquí se sembró trigo por primera vez.
Sin duda la Iglesia de San Francisco es la mas grandiosa edificación del Quito Colonial, luciendo numerosas pinturas y esculturas de los maestros de la Escuela Quiteña, presentan en su interior el artístico estilo mudéjar en su altar recubierto de pan de oro.
En el altar mayor se encuentra la imagen de la Virgen de Quito, tallada por Bernardo de Legarda, maestro de la Escuela Quiteña.
En la época precolombina, hasta este lugar llegaba gente de todos los rincones para comerciar sus productos y cuando formó parte de España, aquí se sembró trigo por primera vez.
Tanto el templo como las capillas y los varios claustros del Convento
sufrieron varios cambios a partir de mediados del siglo XVIII, sobre
todo por los varios terremotos que debió enfrentar terremoto en 1868, cuando se cayeron las altas torres originales.
Iglesia Santo Domigo
Aunque llegaron a Quito en 1541, sólo en 1580 comenzaron los
dominicanos a construir su templo, con planos y dirección de Francisco
Becerra, el arquitecto extremeño. La obra total se llevó a término en la
primera mitad del siglo XVII. Junto a la iglesia, del lado del
evangelio, se puso capilla aparte para Nuestra Señora del Rosario, en la
que más tarde se fundó la más importante cofradía de la ciudad. Iglesia
y capilla se adornaron con artesonados bien labrados, ricos retablos,
imágenes de bulto y lienzos.
De esa primitiva riqueza, en el templo queda poco: apenas el
artesonado mudéjar. No así en la capilla del Rosario, con su retablo del
más abigarrado rococó, su decoración con tallas doradas sobre fondo
rojo, las columnas con original mezcla de elementos vegetales y
antropomórficos y los complicados frontones con sus remates, todo lo
cual completa un conjunto de rara plenitud ornamental.
Desde 1586 trabajó en Santo Domingo Fray Pedro Bedón, a quien
puede tenerse por el fundador de la Escuela Quiteña de pintura. Para
iglesia y convento el habilísimo fraile talló y pintó obras que aún
pueden admirarse, como el óleo de San Nicolás de Tolentino, o el
altorrelieve del Beato Reginaldo recibiendo el escapulario de dominico,
de manos de la Virgen, preciosamente policromado en oro.
Más
tarde se enriqueció el tesoro dominicano actualmente recogido en buena
parte en el museo situado al lado norte del claustro bajo con
estupendas piezas de los grandes escultores quiteños: el Santo Domingo
de Guzmán del Padre Carlos, el San Juan de Dios de Caspicara, el Santo
Tomás de Aquino de Legarda. Otras tallas de iglesia, capillas y convento
dominicano nos recuerdan arraigadas devociones populares quiteñas.
El convento tiene un claustro con hermoso primer piso de robustas columnas octogonales y arcos, en torno al alegre jardín.
Iglesia La Merced
La Basílica de la Merced se entra por la plaza del mismo nombre. Y
la mejor vista del templo se tiene desde ese lado: el gran lienzo blanco
sobre el atrio de piedra la torre cuadrangular y sólida como fuerte,
con aire arábigo en el cuerpo superior y remate; la cúpula central,
airosa, y los cuatro cupulines con linterna sobre el lienzo. Conjunto
personalísimo, de gran belleza.
La puerta de acceso tiene peculiar marco de piedra: pilastras de
nichos superpuestos, capiteles con cabezas barbudas y encima del dintel
el sol y la luna, tan caros para los canteros indios. Sólo en 1701 se
pusieron los cimientos del actual templo, derruido el anterior, muy
dañado por el terremoto de 1660. La torre se acabó en 1736, y en 1747 se
hizo la dedicación de la iglesia.
El retablo del altar mayor se mandó a hacer por Bernardo de
Legarda, en 1751. Lo mismo las tribunas del presbiterio que los cuatro
doctores de la iglesia que adornan las pechinas de la cúpula, son obra
del maestro Uriaco.
En el nicho central del altar mayor está la Virgen de las Mercedes, a la que Sucre rindió su espada vencedora en la Batalla de Pichincha. Es una estatua de piedra, de tamaño natural, estofada. Cuando las erupciones del Pichincha, los quiteños la sacaban en procesión.
Hay varias pinturas en la iglesia, las catorce estaciones del Vía
Crucis, por la Judía Pinta, y varias pinturas por el Vencedor Mideros.
El claustro principal de la iglesia de La Merced es uno de los mas
atractivo en Quito, con pilares de piedra y deslumbrando por pasadisos
blancos, así como un patio ancho de piedra que tiene una fuente tallada
magnífica de piedra en el centro, con una figura de Neptuno. Hay varios
rincón pintados en los pasillos del claustro.
En el claustro superior
hay una serie de pinturas que representan la vida de Sto. Francis
Xavier, que fue pintado por el gran maestro jesuita, el Hermano Hernando
de la Cruz.
En
el claustro, uno puede entrar la biblioteca, que es uno de los lugares
mas hermoso en el nuevo mundo, con sus dos pisos y sus paredes cubiertos
con libros antiguos salta en el pergamino o con sus espinas dorsales
cubrierto en oro.
El Museo deberá ser encontrado en el segundo claustro,
junto con la célula del prioridad, decorado, aparentemente, por Manuel
Samaniego. Hay también pinturas por Miguel de Santiago, Nicolás Gorábar,
Bernardo Rodríguez y Manuel Samaniego, así como muchas joyas curiosas.
Iglesia La Compañia
En 1605 comenzaron los jesuitas de Quito
los trabajos de su iglesia. Hacia 1613 llegó a la ciudad el hermano
coadjutor Marcos Guerra, quien fuera arquitecto brillante en el Reino de
Nápoles, antes de entrar en la Orden.
El corrigió lo que se había hecho y dio a la obra el trazo definitivo. A su muerte, acaecida en 1668, la iglesia y edificios contiguos,
con sus tres claustros, estaban concluidos en lo fundamental. La fachada
comenzaría a labrarse en 1722 y solo se terminaría en 1765, en vísperas
de la expulsión de los de Loyola de los dominios del rey de España. La
fachada del templo es una de las maravillas del barroco y plateresco
americanos. Flanquean la puerta principal seis columnas salomónicas
fastuosas, integradas por primera vez al movimiento arquitectónico en el
arte americano y las puertas laterales, pilastras de estilo romano
corintio.
Todas reposan sobre un estilobato en paneles con decoración
renacentista. Sobre el arquitrabe corre un friso de soles y follaje, y
sobre el friso, la cornisa que parecería sustentarse sobre hojas de
acanto.
La cornisa, que corre ceñida a los resaltos de la fachada, sobre
la puerta principal se convierte en arco, suerte de dosel de un nicho
que aloja a la Inmaculada, guardada por ángeles y querubines.
El segundo cuerpo, de fina ornamentación plateresca, está formado
por dos bloques, con preciosas columnas, que dejan al centro enorme
ventana coronada por la inscripción votiva a Loyola.
El
admirable conjunto de columnas y frisos, esculturas y molduras,
paneles y panoplias simbólicas, tan rico y a la vez tan exacto, se
remata con tímpano semicircular y el signo eucarístico sobre espigón de
crestería.
Entrar al templo es quedar deslumbrado ante estupenda síntesis de
fasto y armonía, de riqueza barroca y barroco equilibrio, todo en oro.
No hay lugar del retablo mayor y de capillas, de la bóveda del crucero y
columnas, de tribunas y coro, que no esté recubierto de primorosa
decoración.
En el retablo del altar mayor, obra de Legarda, se ha retomado
como principal motivo de composición las columnas salomónicas de la
fachada y las cornisas que se estiran al centro en arco y se ha hecho
culminar el conjunto, abigarrado y deslumbrante, por corona sostenida
por ángeles. Los nichos, cuatro, alojan cuatro tallas policromadas,
correspondientes a los cuatro fundadores de las grandes órdenes, San
Francisco y San Ignacio de Loyola con el inconfundible estilo de
Legarda.
A ambos lados del presbiterio y a los lados del crucero contiguos
al presbiterio hay admirables tribunas, obras maestras de tallado. Las
columnas de la nave central están adornadas, de lado y lado, con una de
las más importantes series de la pintura colonial quiteña: la de los
profetas, atribuida a Goríbar. A la noble caracterización de cada
personaje, al cuidadoso tratamiento de túnica y manto, se une la
cromática del paisaje y escenas de fondo, donde hay tanto color quiteño.
Iglesia La Catedral
Hasta mediados del siglo XVI la catedral de Quito
era de tapias y cubierta de paja. Entonces comenzó la iglesia actual el
obispo García Díaz Arias, y la prosiguió el siguiente obispo, gran
constructor, Pedro Rodríguez de Aguayo.
Una quebrada honda que corría hacia la parte de atrás impidió que se la edificase con frente a la plaza mayor.
Entonces, se tendió a todo lo largo de su flanco norte un atrio
de piedra. Con la colaboración entusiasta de los vecinos y trayendo la
piedra del Pichincha, la obra se terminó entre 1562 y 1565. Más tarde se labraron retablos y se talló el púlpito.
Entonces el templo se consagró en 1572. Sin embargo, todo lo que
hoy podemos apreciar fue completándose a lo largo de los siglos XVII y
XVIII. A fines de este siglo se edificó el domo que corta por la mitad
el atrio y se abre en escalera circular al parque, que, con el nombre
del presidente de la audiencia que lo hizo, se conoce como el "templo de
Carondelet".
En
estilo neoclásico se trabajó el domo, así como el coro catedralicio talla de Caspicara. En el altar mayor se puso el gran lienzo del
tránsito de la Virgen, de Manuel Samaniego. El propio Samaniego y
Bernardo Rodríguez pintaron episodios de la vida de Jesús en las enjutas
de los arcos. Y, entre 1802 y 1803, Bernardo Rodríguez trabajó los
cuatro grandes lienzos de las naves laterales: la pesca milagrosa;
curación de un pobre por San Pedro; conversión de San Pablo y San Pablo
picado por una víbora.
Numerosos y preciosos tesoros tiene, además de los dichos, la
catedral quiteña, tan modesta en apariencia: el grupo escultórico
llamado "La sabana santa", una de las obras más armoniosas e intensas de
Caspicara; la Inmaculada de Legarda; el grupo de la negación de San
Pedro, atribuido al Padre Carlos, el legendario artista que talló en
1668 el San Lucas de Cantuña; el lienzo de la muerte de la Virgen, de
Miguel de Santiago, puesto en el muro del trascoro y la serie de
retratos de obispos que adorna los muros de la sala del capítulo son los
más dignos de verse.
Iglesia de San Agustin
El arquitecto extremeño Francisco Becerra, que se hallaba por aquel
entonces en Quito, trazó los planos de la iglesia y convento de San
Agustín, hacia 1580 ó 1583.
En 1606 se firmó contrato con el arquitecto español Juan del
Corral, casado con quiteña, para la edificación. Terminada la obra
arquitectónica, se mandó traer de Roma retablo para el altar mayor y se
hizo la talla de los altares laterales. Todo aquello estuvo terminado
para 1650. La fachada se trabajó según consta la inscripción puesta
sobre la puerta de entrada entre 1659 y 1669. Por aquellos mismos años
se hacía la obra de los claustros y Miguel de Santiago pintaba para
ellos los bellísimos lienzos de la vida de San Agustín de 3 metros por
más de 2.
En ellos reinterpretó cromáticamente y dio vida y ambiente a los
grabados del flamenco Bolswert que le sirvieron de modelo. Además de
esta serie, hay en San Agustin
otra importantísima obra de la Escuela Quiteña, del mismo Miguel de
Santiago: el cuadro llamado de la Regla, colosal tela de 8 metros por
más de 6, que está sobre el presbiterio del templo.
Pero hay mucho más que admirar en San Agustín: numerosos rasgos originales del columnario de los retablos de la iglesia, la belleza del claustro con sus galerías superpuestas, y la Sala Capitular.
Pero hay mucho más que admirar en San Agustín: numerosos rasgos originales del columnario de los retablos de la iglesia, la belleza del claustro con sus galerías superpuestas, y la Sala Capitular.
A la mitad del tramo oriental del claustro se abre la puerta de
la Sala Capitular, célebre porque en ella se firmó el Acta del 10 de
Agosto de 1809.
Tiene en su testero un hermoso calvario de Olmos, imaginero
quiteño de comienzos del XVIII, y, al extremo opuesto, la tribuna para
el orador o lector, de riquísima talla, coronada por preciosa concha
ribeteada por calado de fino encaje. El artesonado de la bóveda está
adornado con numerosas telas y en los faldones hay lienzos de motivos
hagiográficos, dieciséis de un lado y dieciséis del otro. El de la
muerte de San Agustín y el de San Jerónimo son de Miguel de Santiago;
una Pietá, probablemente, de Ribalta.
San Agustín, iglesia y claustro, con todas las obras nombradas y otras más, es una verdadera pinacoteca del arte colonial quiteño.
El Sagrario, contiguo a la catedral. En 1706 se terminó la fachada; en 1715, la edificación y entre 1731 y 1747, los retablos.
No se sabe a ciencia cierta quién hizo los planos, pero en el
terminado y ornamentación jugaron papel preponderante Legarda, el
dorador Cristóbal Gualoto y el pintor Francisco Albán. El frontispicio
se hizo bajo el cuidado de Gabriel de Escorza Escalante, con el
ordenamiento neoclásico que había presidido, pocos años atrás, la obra
de San Agustín.
Tres órdenes de columnas jónicas en el primer cuerpo, al que
corresponden tres de corintias en el segundo, enmarcando la puerta, la
gran ventana central y el campanario que corta el frontón.
Obra maestra de Legarda es la mampara, una de las manifestaciones más
ricas del barroco quiteño. Fastuosa en la decoración exótica de los
fustes de las columnas; encaprichada y armoniosa de talla y color.
La
bóveda central desemboca en soberbia cúpula decorada con pinturas al
fresco de escenas de la Biblia protagonizadas por arcángeles, obra de
Francisco Albán. El retablo del altar mayor fue dorado por Legarda. De
los otros, tiene más valor el de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, de
cuerpos superpuestos con columnas entorchadas y nichos.
En uno de los retablos de la nave del Evangelio se halla un retablo atribuido a Gaspar Sangurima.
Este monasterio se fundó en 1653 y tiene gran importancia
para la religiosidad de la ciudad y sus visitantes, porque fue aquí
donde vivió y murió Santa Marianita de Jesús. Actualmente, aquí también
podrás adquirir los productos que históricamente han vendido los
representantes de la Orden Carmelita, así como, miel, vino, hierbas y
medicinas naturales. Está localizado muy cerca del Museo de la Ciudad,
en las calles García Moreno y Rocafuerte.
Junto con el Monasterio de El Carmen Alto, se encuentra un museo lleno de arte e historia, que con piezas preciosas por algunos de nuestros artistas más influyentes, representan la historia de Quito, tanto el Museo de El Carmen Alto, Como el Monasterio de El Carmen Alto rinden homenaje a la vida de Santa Marianita de Jesús con obras maestras del artista Víctor Mideros. Las piezas de Mideros van acompañados a lo largo del Monasterio, Convento de El Carmen Alto y Museo de El Carmen Alto por arte colonial de Bernardo Rodríguez y las obras maestras de Luis Ruiz, tres artistas muy importantes en el patrimonio histórico de Quito.
Enfrente del Monasterio de El Carmen Alto, se encuentra el Convento de El Carmen Alto. El convento que es parte del Paseo de las Siete Cruces, junto con varias iglesias que se encuentran por la calle García Moreno. Habitado actualmente por monjas Carmelita, este fue el hogar de la Virgen Patrona de Quito: Santa Marianita de Jesús. Como todo lo largo de El Carmen Alto, aquí también se puede disfrutar de los bellos paisajes de los jardines que se encuentran en el centro histórico de Quito y del arte que está fuertemente asociado con la historia de Quito, con obras del artista Diego de Robles.
El Carmen Alto guarda algunas de las grandes obras de la escultura colonial quiteña. El púlpito del refectorio, el museo de miniaturas religiosas, el Belén y el conjunto monumental de Tránsito de la Virgen en tamaño natural son algunas de sus magníficas obras de arte.
El Fonsal trabajó en el claustro entre el 2000 y el 2007. Fue una amplia restauración arquitectónica. Ejemplos: intervención en pisos y cubierta de la iglesia, la cual está como nueva; trabajos en crujías este y norte del claustro principal, esquina sureste de la huerta; pintura en las fachadas del monasterio e iglesia; reforzamiento estructural de muros portantes del monasterio.
Iglesia del Carmen Bajo
El convento de El Carmen Bajo se encuentra ubicado en las calles Venezuela y Olmedo, a unos metros del corazón del centro histórico de Quito. Actualmente la Empresa de Desarrollo del Centro Histórico adelanta negociaciones para adquirir el convento con el fin de incluirlo en el proyecto de un Hotel Conventual.
En 1698 un fuerte terremoto destruyó la edificación de El Carmen Bajo, fundada en 1669 en Latacunga. Posteriormente se le trasladó a Quito donde su obra de construcción fue alentada por el obispo Paredes quien murió en 1745, año en que finalizó la construcción. Las custodias del templo son las religiosas carmelitas, quienes mantienen una vida de contemplación y espiritualidad.
En los cuartos del convento percibirá la herencia religiosa y cultural de la Orden Carmelita y en su iglesia, la cripta donde la marquesa Mariana Carcelén guardó los restos de su esposo, el heroico Mariscal Antonio José de Sucre. A inicios del siglo XX sus restos fueron trasladados a la Catedral de Quito, en donde aún permanecen.
Igualmente podrá embelesarse con la obra de la madre Magdalena Dávalos, escultora y pintora, quien vistió hábito en el convento en 1742. Nuestra Señora del Carmen ubicada en el nicho central del altar, refleja el gran talento artístico de la religiosa.
Iglesia de Santa Barbara
La iglesia de Santa Bárbara fue construida por don Juan Pablo Sanz en el siglo XVI y en esta habitaron los jesuitas desde agosto de 1586 hasta enero de 1589. Es una iglesia moderna que conserva pocas antigüedades: unas telas y unas estatuas de varios santos.
El pueblo quiteño deseaba tener entre sus gentes a los jesuitas, el cabildo eclesiástico accedió al pedido. Desde 1578 la Real Audiencia intermedió ante Felipe II con el propósito de solicitarle la cesión de la iglesia y casa parroquial de Santa Bárbara, éste aceptó con la condición de que si los jesuitas abandonaban las instalaciones para establecerse en otras, volverían al dominio del poder eclesiástico. La cesión del Cabildo a los jesuitas de la parroquia de Santa Bárbara tuvo lugar el 31 de julio de 1586.
La edificación es de corte sencilla con planta de cruz al estilo griego y en la mitad soporta una cúpula esbelta hecha de armazón de fierro forrada en zinc por fuera, y por dentro lleva casetones de madera finamente decorados. El retablo del altar consagra a la Virgen del Quinche y al Corazón de Jesús, uno al calvario, otro a San Antonio y otros dos a San José y a San Judas Tadeo.
Dentro de las pocas obras de arte se encuentra la pintura de la Virgen de la Espiga y un busto de San Francisco de Borja esculpido en madera al lado de una lápida ubicada en el primer peldaño de la entrada a la casa parroquial, la cual tiene grabado una dedicatoria en latín al mencionado santo con fecha de 1942.
Junto con el Monasterio de El Carmen Alto, se encuentra un museo lleno de arte e historia, que con piezas preciosas por algunos de nuestros artistas más influyentes, representan la historia de Quito, tanto el Museo de El Carmen Alto, Como el Monasterio de El Carmen Alto rinden homenaje a la vida de Santa Marianita de Jesús con obras maestras del artista Víctor Mideros. Las piezas de Mideros van acompañados a lo largo del Monasterio, Convento de El Carmen Alto y Museo de El Carmen Alto por arte colonial de Bernardo Rodríguez y las obras maestras de Luis Ruiz, tres artistas muy importantes en el patrimonio histórico de Quito.
Enfrente del Monasterio de El Carmen Alto, se encuentra el Convento de El Carmen Alto. El convento que es parte del Paseo de las Siete Cruces, junto con varias iglesias que se encuentran por la calle García Moreno. Habitado actualmente por monjas Carmelita, este fue el hogar de la Virgen Patrona de Quito: Santa Marianita de Jesús. Como todo lo largo de El Carmen Alto, aquí también se puede disfrutar de los bellos paisajes de los jardines que se encuentran en el centro histórico de Quito y del arte que está fuertemente asociado con la historia de Quito, con obras del artista Diego de Robles.
El Carmen Alto guarda algunas de las grandes obras de la escultura colonial quiteña. El púlpito del refectorio, el museo de miniaturas religiosas, el Belén y el conjunto monumental de Tránsito de la Virgen en tamaño natural son algunas de sus magníficas obras de arte.
El Fonsal trabajó en el claustro entre el 2000 y el 2007. Fue una amplia restauración arquitectónica. Ejemplos: intervención en pisos y cubierta de la iglesia, la cual está como nueva; trabajos en crujías este y norte del claustro principal, esquina sureste de la huerta; pintura en las fachadas del monasterio e iglesia; reforzamiento estructural de muros portantes del monasterio.
Iglesia del Carmen Bajo
El convento de El Carmen Bajo se encuentra ubicado en las calles Venezuela y Olmedo, a unos metros del corazón del centro histórico de Quito. Actualmente la Empresa de Desarrollo del Centro Histórico adelanta negociaciones para adquirir el convento con el fin de incluirlo en el proyecto de un Hotel Conventual.
En 1698 un fuerte terremoto destruyó la edificación de El Carmen Bajo, fundada en 1669 en Latacunga. Posteriormente se le trasladó a Quito donde su obra de construcción fue alentada por el obispo Paredes quien murió en 1745, año en que finalizó la construcción. Las custodias del templo son las religiosas carmelitas, quienes mantienen una vida de contemplación y espiritualidad.
En los cuartos del convento percibirá la herencia religiosa y cultural de la Orden Carmelita y en su iglesia, la cripta donde la marquesa Mariana Carcelén guardó los restos de su esposo, el heroico Mariscal Antonio José de Sucre. A inicios del siglo XX sus restos fueron trasladados a la Catedral de Quito, en donde aún permanecen.
Igualmente podrá embelesarse con la obra de la madre Magdalena Dávalos, escultora y pintora, quien vistió hábito en el convento en 1742. Nuestra Señora del Carmen ubicada en el nicho central del altar, refleja el gran talento artístico de la religiosa.
Iglesia de Santa Barbara
La iglesia de Santa Bárbara fue construida por don Juan Pablo Sanz en el siglo XVI y en esta habitaron los jesuitas desde agosto de 1586 hasta enero de 1589. Es una iglesia moderna que conserva pocas antigüedades: unas telas y unas estatuas de varios santos.
El pueblo quiteño deseaba tener entre sus gentes a los jesuitas, el cabildo eclesiástico accedió al pedido. Desde 1578 la Real Audiencia intermedió ante Felipe II con el propósito de solicitarle la cesión de la iglesia y casa parroquial de Santa Bárbara, éste aceptó con la condición de que si los jesuitas abandonaban las instalaciones para establecerse en otras, volverían al dominio del poder eclesiástico. La cesión del Cabildo a los jesuitas de la parroquia de Santa Bárbara tuvo lugar el 31 de julio de 1586.
La edificación es de corte sencilla con planta de cruz al estilo griego y en la mitad soporta una cúpula esbelta hecha de armazón de fierro forrada en zinc por fuera, y por dentro lleva casetones de madera finamente decorados. El retablo del altar consagra a la Virgen del Quinche y al Corazón de Jesús, uno al calvario, otro a San Antonio y otros dos a San José y a San Judas Tadeo.
Dentro de las pocas obras de arte se encuentra la pintura de la Virgen de la Espiga y un busto de San Francisco de Borja esculpido en madera al lado de una lápida ubicada en el primer peldaño de la entrada a la casa parroquial, la cual tiene grabado una dedicatoria en latín al mencionado santo con fecha de 1942.
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