miércoles, 14 de enero de 2015

IGLESIAS DEL CENTRO HISTORICO DE QUITO





IGLESIAS DEL CENTRO HISTORICO DE QUITO

Iglesia San Fracisco de Quito


Comenzó su construcción apenas fue fundada la ciudad de Quito en el año1534, en terrenos aledaños a la plaza donde los indígenas realizaban el intercambio de productos. La iglesia fue concluida 70 años más tarde.

Posee 6 claustros principales y otros secundarios, 3 templos y 7 patios que albergan una impresionante colección arquitectónica y artística, aquí también fue el nacimiento de la "Escuela Quiteña" de artistas mestizos de la Colonia.

Sin duda la Iglesia de San Francisco es la mas grandiosa edificación del Quito Colonial, luciendo numerosas pinturas y esculturas de los maestros de la Escuela Quiteña, presentan en su interior el artístico estilo mudéjar en su altar recubierto de pan de oro.

En el altar mayor se encuentra la imagen de la Virgen de Quito, tallada por Bernardo de Legarda, maestro de la Escuela Quiteña.

En la época precolombina, hasta este lugar llegaba gente de todos los rincones para comerciar sus productos y cuando formó parte de España, aquí se sembró trigo por primera vez.

Tanto el templo como las capillas y los varios claustros del Convento sufrieron varios cambios a partir de mediados del siglo XVIII, sobre todo por los varios terremotos que debió enfrentar terremoto en 1868, cuando se cayeron las altas torres originales.

Iglesia Santo Domigo


Aunque llegaron a Quito en 1541, sólo en 1580 comenzaron los dominicanos a construir su templo, con planos y dirección de Francisco Becerra, el arquitecto extremeño. La obra total se llevó a término en la primera mitad del siglo XVII. Junto a la iglesia, del lado del evangelio, se puso capilla aparte para Nuestra Señora del Rosario, en la que más tarde se fundó la más importante cofradía de la ciudad. Iglesia y capilla se adornaron con artesonados bien labrados, ricos retablos, imágenes de bulto y lienzos.
 
De esa primitiva riqueza, en el tem­plo queda poco: apenas el artesonado mudéjar. No así en la capilla del Rosario, con su retablo del más abigarrado rococó, su decoración con tallas doradas sobre fondo rojo, las columnas con original mezcla de elementos vegetales y antropomórficos y los complicados frontones con sus remates, todo lo cual completa un conjunto de rara plenitud ornamental.

Desde 1586 trabajó en Santo Domingo Fray Pedro Bedón, a quien puede tenerse por el fundador de la Escuela Quiteña de pintura. Para iglesia y convento el habilísimo fraile talló y pintó obras que aún pueden admirarse, como el óleo de San Nicolás de Tolentino, o el altorrelieve del Beato Reginaldo recibiendo el escapulario de dominico, de manos de la Virgen, preciosamente policromado en oro.

Más tarde se enriqueció el tesoro dominicano actualmente recogido en buena parte en el museo situado al lado norte del claustro bajo con estupendas piezas de los grandes escultores quiteños: el Santo Domingo de Guzmán del Padre Carlos, el San Juan de Dios de Caspicara, el Santo Tomás de Aquino de Legarda. Otras tallas de iglesia, capillas y convento dominicano nos recuerdan arraigadas devociones popula­res quiteñas.

El convento tiene un claustro con hermoso primer piso de robustas columnas octogonales y arcos, en torno al alegre jardín.


Iglesia La Merced

La Basílica de la Merced se entra por la plaza del mismo nombre. Y la mejor vista del templo se tiene desde ese lado: el gran lienzo blanco sobre el atrio de piedra la torre cuadrangular y sólida como fuerte, con aire arábigo en el cuerpo superior y remate; la cúpula central, airosa, y los cuatro cupulines con linterna sobre el lienzo. Conjunto personalísimo, de gran belleza.

La puerta de acceso tiene peculiar marco de piedra: pilastras de nichos superpuestos, capiteles con cabezas barbudas y encima del dintel el sol y la luna, tan caros para los canteros indios. Sólo en 1701 se pusieron los cimientos del actual templo, derruido el anterior, muy dañado por el terremoto de 1660. La torre se acabó en 1736, y en 1747 se hizo la dedicación de la iglesia.

El retablo del altar mayor se mandó a hacer por Bernardo de Legarda, en 1751. Lo mismo las tribunas del presbiterio que los cuatro doctores de la iglesia que adornan las pechinas de la cúpula, son obra del maestro Uriaco.

En el nicho central del altar mayor está la Virgen de las Mercedes, a la que Sucre rindió su espada vencedora en la Batalla de Pichincha. Es una estatua de piedra, de tamaño natural, estofada. Cuando las erupciones del Pichincha, los quiteños la sacaban en procesión.

Hay varias pinturas en la iglesia, las catorce estaciones del Vía Crucis, por la Judía Pinta, y varias pinturas por el Vencedor Mideros. El claustro principal de la iglesia de La Merced es uno de los mas atractivo en Quito, con pilares de piedra y deslumbrando por pasadisos blancos, así como un patio ancho de piedra que tiene una fuente tallada magnífica de piedra en el centro, con una figura de Neptuno. Hay varios rincón pintados en los pasillos del claustro.

En el claustro superior hay una serie de pinturas que representan la vida de Sto. Francis Xavier, que fue pintado por el gran maestro jesuita, el Hermano Hernando de la Cruz.
En el claustro, uno puede entrar la biblioteca, que es uno de los lugares mas hermoso en el nuevo mundo, con sus dos pisos y sus paredes cubiertos con libros antiguos salta en el pergamino o con sus espinas dorsales cubrierto en oro. 

El Museo deberá ser encontrado en el segundo claustro, junto con la célula del prioridad, decorado, aparentemente, por Manuel Samaniego. Hay también pinturas por Miguel de Santiago, Nicolás Gorábar, Bernardo Rodríguez y Manuel Samaniego, así como muchas joyas curiosas.


Iglesia La Compañia

En 1605 comenzaron los jesuitas de Quito los trabajos de su iglesia. Hacia 1613 llegó a la ciudad el hermano coadjutor Marcos Guerra, quien fuera arquitecto brillante en el Reino de Nápoles, antes de entrar en la Orden. 
 
El corrigió lo que se había hecho y dio a la obra el trazo definitivo. A su muerte, acaecida en 1668, la iglesia y edificios contiguos, con sus tres claustros, estaban concluidos en lo fundamental. La fachada comenzaría a labrarse en 1722 y solo se terminaría en 1765, en vísperas de la expulsión de los de Loyola de los dominios del rey de España. La fachada del templo es una de las maravillas del barroco y plateresco americanos. Flanquean la puerta principal seis columnas salomónicas fastuosas, integradas por primera vez al movimiento arquitectónico en el arte americano y las puertas laterales, pilastras de estilo romano corintio.

Todas reposan sobre un estilobato en paneles con decoración renacentista. Sobre el arquitrabe corre un friso de soles y follaje, y sobre el friso, la cornisa que parecería sustentarse sobre hojas de acanto.
La cornisa, que corre ceñida a los resaltos de la fachada, sobre la puerta principal se convier­te en arco, suerte de dosel de un nicho que aloja a la Inmaculada, guardada por ángeles y querubines.
El segundo cuerpo, de fina ornamentación plateresca, está formado por dos bloques, con preciosas columnas, que dejan al centro enorme ventana coronada por la inscripción votiva a Loyola.
 
El admirable con­junto de columnas y frisos, esculturas y molduras, paneles y panoplias simbólicas, tan rico y a la vez tan exacto, se remata con tímpano semicircular y el signo eucarístico sobre espigón de crestería.
Entrar al templo es quedar deslumbrado ante estupenda síntesis de fasto y armonía, de riqueza barroca y barroco equilibrio, todo en oro. No hay lugar del retablo mayor y de capillas, de la bóveda del crucero y columnas, de tribunas y coro, que no esté recubierto de primorosa decoración.
En el retablo del altar mayor, obra de Legarda, se ha retomado como principal motivo de composición las columnas salomónicas de la fachada y las cornisas que se estiran al centro en arco y se ha hecho culminar el conjunto, abigarrado y deslumbrante, por corona sostenida por ángeles. Los nichos, cuatro, alojan cuatro tallas policromadas, correspondientes a los cuatro fundadores de las grandes órdenes, San Francisco y San Ignacio de Loyola con el inconfundible estilo de Legarda.
A ambos lados del presbiterio y a los lados del crucero contiguos al presbiterio hay admirables tribunas, obras maestras de tallado. Las columnas de la nave central están adornadas, de lado y lado, con una de las más importantes series de la pintura colonial quiteña: la de los profetas, atribuida a Goríbar. A la noble caracterización de cada personaje, al cuidadoso tratamiento de túnica y manto, se une la cromática del paisaje y escenas de fondo, donde hay tanto color quiteño.

Iglesia La Catedral


Hasta mediados del siglo XVI la catedral de Quito era de tapias y cubierta de paja. Entonces comenzó la iglesia actual el obispo García Díaz Arias, y la prosiguió el siguiente obispo, gran constructor, Pedro Rodríguez de Aguayo. 
 
Una quebrada honda que corría hacia la parte de atrás impidió que se la edificase con frente a la plaza mayor. 

Entonces, se tendió a todo lo largo de su flanco norte un atrio de piedra. Con la colaboración entusiasta de los vecinos y trayendo la piedra del Pichincha, la obra se terminó entre 1562 y 1565. Más tarde se labraron retablos y se talló el púlpito. 

Entonces el templo se consagró en 1572. Sin embargo, todo lo que hoy podemos apreciar fue completándose a lo largo de los siglos XVII y XVIII. A fines de este siglo se edificó el domo que corta por la mitad el atrio y se abre en escalera circular al parque, que, con el nombre del presidente de la audiencia que lo hizo, se conoce como el "templo de Carondelet".

En estilo neoclásico se trabajó el domo, así como el coro catedralicio talla de Caspicara. En el altar mayor se puso el gran lienzo del tránsito de la Virgen, de Manuel Samaniego. El propio Samaniego y Bernardo Rodríguez pintaron episodios de la vida de Jesús en las enjutas de los arcos. Y, entre 1802 y 1803, Bernardo Rodríguez trabajó los cuatro grandes lienzos de las naves laterales: la pesca milagrosa; curación de un pobre por San Pedro; conversión de San Pablo y San Pablo picado por una víbora.

Numerosos y preciosos tesoros tiene, además de los dichos, la catedral quiteña, tan modesta en apariencia: el grupo escultórico llamado "La sabana santa", una de las obras más armoniosas e intensas de Caspicara; la Inmaculada de Legarda; el grupo de la negación de San Pedro, atribuido al Padre Carlos, el legendario artista que talló en 1668 el San Lucas de Cantuña; el lienzo de la muerte de la Virgen, de Miguel de Santiago, puesto en el muro del trascoro y la serie de retratos de obispos que adorna los muros de la sala del capítulo son los más dignos de verse.


 Iglesia de San Agustin


El arquitecto extremeño Francisco Becerra, que se hallaba por aquel entonces en Quito, trazó los planos de la iglesia y convento de San Agustín, hacia 1580 ó 1583.

En 1606 se firmó contrato con el arquitecto español Juan del Corral, casado con quiteña, para la edificación. Terminada la obra arquitectónica, se mandó traer de Roma retablo para el altar mayor y se hizo la talla de los altares laterales. Todo aquello estuvo terminado para 1650. La fachada se trabajó según consta la inscripción puesta sobre la puerta de entrada entre 1659 y 1669. Por aquellos mismos años se hacía la obra de los claustros y Miguel de Santiago pintaba para ellos los bellísimos lienzos de la vida de San Agustín de 3 metros por más de 2.

En ellos reinterpretó cromáticamente y dio vida y ambiente a los grabados del flamenco Bolswert que le sirvieron de modelo. Además de esta serie, hay en San Agustin otra importantísima obra de la Escuela Quiteña, del mismo Miguel de Santiago: el cuadro llamado de la Regla, colosal tela de 8 metros por más de 6, que está sobre el presbiterio del templo.
Pero hay mucho más que admirar en San Agustín: numerosos rasgos originales del columnario de los retablos de la iglesia, la belleza del claustro con sus galerías superpuestas, y la Sala Capitular.

A la mitad del tramo oriental del claustro se abre la puerta de la Sala Capitular, célebre porque en ella se firmó el Acta del 10 de Agosto de 1809.

Tiene en su testero un hermoso calvario de Olmos, imaginero quiteño de comienzos del XVIII, y, al extremo opuesto, la tribuna para el orador o lector, de riquísima talla, coronada por preciosa concha ribeteada por calado de fino encaje. El artesonado de la bóveda está adornado con numerosas telas y en los faldones hay lienzos de motivos hagiográficos, dieciséis de un lado y dieciséis del otro. El de la muerte de San Agustín y el de San Jerónimo son de Miguel de Santiago; una Pietá, probablemente, de Ribalta.

San Agustín, iglesia y claustro, con todas las obras nombradas y otras más, es una verdadera pinacoteca del arte colonial quiteño.


 Iglesia El Sagrario



El Sagrario, contiguo a la catedral. En 1706 se terminó la fachada; en 1715, la edificación y entre 1731 y 1747, los retablos.

No se sabe a ciencia cierta quién hizo los planos, pero en el terminado y ornamentación jugaron papel preponderante Legarda, el dorador Cristóbal Gualoto y el pintor Francisco Albán. El frontispicio se hizo bajo el cuidado de Gabriel de Escorza Escalante, con el ordenamiento neoclásico que había presidido, pocos años atrás, la obra de San Agustín.
Tres órdenes de columnas jónicas en el primer cuerpo, al que corresponden tres de corintias en el segundo, enmarcando la puerta, la gran ventana central y el campanario que corta el frontón.

Obra maestra de Legarda es la mampara, una de las manifestaciones más ricas del barroco quiteño. Fastuosa en la decoración exótica de los fustes de las columnas; encaprichada y armoniosa de talla y color.

La bóveda central desemboca en soberbia cúpula decorada con pinturas al fresco de escenas de la Biblia protagonizadas por arcángeles, obra de Francisco Albán. El retablo del altar mayor fue dorado por Legarda. De los otros, tiene más valor el de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, de cuerpos superpuestos con columnas entorchadas y nichos.

En uno de los retablos de la nave del Evangelio se halla un retablo atribuido a Gaspar Sangurima.

Iglesia del Carmen Alto





Este monasterio se fundó en 1653 y tiene gran importancia para la religiosidad de la ciudad y sus visitantes, porque fue aquí donde vivió y murió Santa Marianita de Jesús. Actualmente, aquí también podrás adquirir los productos que históricamente han vendido los representantes de la Orden Carmelita, así como, miel, vino, hierbas y medicinas naturales. Está localizado muy cerca del Museo de la Ciudad, en las calles García Moreno y Rocafuerte.

Junto con el Monasterio de El Carmen Alto, se encuentra un museo lleno de arte e historia, que con piezas preciosas por algunos de nuestros artistas más influyentes, representan la historia de Quito, tanto el Museo de El Carmen Alto, Como el Monasterio de El Carmen Alto rinden homenaje a la vida de Santa Marianita de Jesús con obras maestras del artista Víctor Mideros. Las piezas de Mideros van acompañados a lo largo del Monasterio, Convento de El Carmen Alto y Museo de El Carmen Alto por arte colonial de Bernardo Rodríguez y las obras maestras de Luis Ruiz, tres artistas muy importantes en el patrimonio histórico de Quito.

Enfrente del Monasterio de El Carmen Alto, se encuentra el Convento de El Carmen Alto. El convento que es parte del Paseo de las Siete Cruces, junto con varias iglesias que se encuentran por la calle García Moreno. Habitado actualmente por monjas Carmelita, este fue el hogar de la Virgen Patrona de Quito: Santa Marianita de Jesús. Como todo lo largo de El Carmen Alto, aquí también se puede disfrutar de los bellos paisajes de los jardines que se encuentran en el centro histórico de Quito y del arte que está fuertemente asociado con la historia de Quito, con obras del artista Diego de Robles.

El Carmen Alto guarda algunas de las grandes obras de la escultura colonial quiteña. El púlpito del refectorio, el museo de miniaturas religiosas, el Belén y el conjunto monumental de Tránsito de la Virgen en tamaño natural son algunas de sus magníficas obras de arte.

El Fonsal trabajó en el claustro entre el 2000 y el 2007. Fue una amplia restauración arquitectónica. Ejemplos: intervención en pisos y cubierta de la iglesia, la cual está como nueva; trabajos en crujías este y norte del claustro principal, esquina sureste de la huerta; pintura en las fachadas del monasterio e iglesia; reforzamiento estructural de muros portantes del monasterio.

Iglesia del Carmen Bajo



El convento de El Carmen Bajo se encuentra ubicado en las calles Venezuela y Olmedo, a unos metros del corazón del centro histórico de Quito. Actualmente la Empresa de Desarrollo del Centro Histórico adelanta negociaciones para adquirir el convento con el fin de incluirlo en el proyecto de un Hotel Conventual.

En 1698 un fuerte terremoto destruyó la edificación de El Carmen Bajo, fundada en 1669 en Latacunga. Posteriormente se le trasladó a Quito donde su obra de construcción fue alentada por el obispo Paredes quien murió en 1745, año en que finalizó la construcción. Las custodias del templo son las religiosas carmelitas, quienes mantienen una vida de contemplación y espiritualidad.

En los cuartos del convento percibirá la herencia religiosa y cultural de la Orden Carmelita y en su iglesia, la cripta donde la marquesa Mariana Carcelén guardó los restos de su esposo, el heroico Mariscal Antonio José de Sucre. A inicios del siglo XX sus restos fueron trasladados a la Catedral de Quito, en donde aún permanecen.

Igualmente podrá embelesarse con la obra de la madre Magdalena Dávalos, escultora y pintora, quien vistió hábito en el convento en 1742. Nuestra Señora del Carmen ubicada en el nicho central del altar, refleja el gran talento artístico de la religiosa.

Iglesia de Santa Barbara



La iglesia de Santa Bárbara fue construida por don Juan Pablo Sanz en el siglo XVI y en esta habitaron los jesuitas desde agosto de 1586 hasta enero de 1589. Es una iglesia moderna que conserva pocas antigüedades: unas telas y unas estatuas de varios santos.

El pueblo quiteño deseaba tener entre sus gentes a los jesuitas, el cabildo eclesiástico accedió al pedido. Desde 1578 la Real Audiencia intermedió ante Felipe II con el propósito de solicitarle la cesión de la iglesia y casa parroquial de Santa Bárbara, éste aceptó con la condición de que si los jesuitas abandonaban las instalaciones para establecerse en otras, volverían al dominio del poder eclesiástico. La cesión del Cabildo a los jesuitas de la parroquia de Santa Bárbara tuvo lugar el 31 de julio de 1586.

La edificación es de corte sencilla con planta de cruz al estilo griego y en la mitad soporta una cúpula esbelta hecha de armazón de fierro forrada en zinc por fuera, y por dentro lleva casetones de madera finamente decorados. El retablo del altar consagra a la Virgen del Quinche y al Corazón de Jesús, uno al calvario, otro a San Antonio y otros dos a San José y a San Judas Tadeo.

Dentro de las pocas obras de arte se encuentra la pintura de la Virgen de la Espiga y un busto de San Francisco de Borja esculpido en madera al lado de una lápida ubicada en el primer peldaño de la entrada a la casa parroquial, la cual tiene grabado una dedicatoria en latín al mencionado santo con fecha de 1942.

 
 

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